Evangelio del día 18 de Noviembre de 2025.

Lucas 19, 1-10
En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Hoy nos fijamos en la frase:
“Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos”
Jesús siempre está en camino y buscando la conversión de los pecadores. En nosotros está el buscarle, intentar verle, llegar hasta el como Zaqueo. Luego nos encontraremos con la sorpresa de la forma de actuar del Señor.
Seguramente nos cueste creer que lo vamos a encontrar, pero Él conoce nuestro interior mejor que nosotros mismos, sabe cómo se encuentra nuestro corazón y no solo nos encuentra, sino que se para y levanta los ojos para mirarnos. Y esa mirada penetra, nos transforma, nos llama a seguirle.
Nos llama por nuestro nombre, nos reconoce como somos, en que situación estamos, pecadores, débiles, confusos, angustiados y quizá corrompidos, pero aunque nosotros nos veamos así, incluso nos vean los demás; Jesús nos devuelve la dignidad al reconocernos y se invita a entrar en nuestra casa, en nuestro corazón para limpiarlo.
Jesús se hospeda dentro de nosotros, para devolvernos la dignidad perdida, para ponernos de nuevo en camino, erguidos, llenos de dignidad y Gracia de Dios. Nos devuelve la felicidad de ser personas que le reconozcan y le sigan.
A nosotros nos corresponde dejarnos mirar, dejarnos llenar de Él, y corresponder a ese amor y misericordia obrando el bien, devolviendo a los demás ese amor que Jesús ha instalado en nosotros y procurando no caer más en el pecado.
Señor levanta los ojos, míranos. Queremos como Zaqueo, tener ganas de verte, de que nos mires, de cambiar aquello que está mal en nuestras vidas y no nos deja ser personas felices. Deseamos encontrarnos contigo en los demás, bajarnos del sicomoro de nuestras riquezas, comodidades, indignidades… y que nuestra vida cambie desde hoy mismo para ser cada vez más fieles al amor a Dios y al prójimo.
Adorado sea el Santísimo Sacramento.
Sea por siempre Bendito y Alabado. FVR.
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