Evangelio del día 15 de Septiembre de 2025.

Juan 19, 25-27
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo».
Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Hoy nos fijamos en la frase:
“Ahí tienes a tu madre”
.
Ayer celebramos la exaltación de la Santa Cruz y hoy nos encontramos con el dolor de la Madre que acompaña hasta la muerte al Hijo.
María siempre dócil, siempre con la confianza puesta en Dios desde el anuncio del Ángel, no abandona nunca, sabe llevar en silencio todas la cosas de su Hijo en el corazón, sabe sufrir, le toca llorar la pérdida de su Hijo en una condena injusta y una muerte brutal. Pero en su interior la fuerza del Espíritu, la fe, el amor y la esperanza, la mantiene unida a Dios y a su Hijo, sin tener dudas, sin fisuras a pesar del sufrimiento y la amargura ante los acontecimientos. La recompensa final la Resurrección del Hijo amado.
Jesús, en sus últimos momentos, podríamos decir en su último testamento, nos deja de nuevo una muestra de generosidad inigualable. Nos entrega a su Madre como Madre nuestra, no quiere dejarnos huérfanos: “Ahí tienes a tu madre” le dice al discípulo amado, también nos lo dice hoy a nosotros.
Y a su Madre le hace un último encargo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. En Juan estamos representados todos los hombres.
Desde ese momento María es Madre de todos los hombres, Madre de la Iglesia, que nos protege, nos ayuda, intercede por nosotros ante su hijo.
¿Qué vemos de especial hoy en María?
María es una mujer de gran espiritualidad, de silencio, de una profunda interioridad, de una fuerte y frecuente meditación, de una gran confianza en Dios; una mujer de oración, de entrega constante a la misión callada y humilde que se le ha encomendado; una mujer que sufre pero no duda, no desfallece, no se queja, no se aparta de Dios.
María Madre nuestra, nos aceptaste como hijos tuyos al lado de la Cruz, quisiéramos haber podido aliviarte el dolor que sufriste al ver a tu Hijo Crucificado. Ayúdanos, tu que has sabido llevar en tu corazón tanto sufrimiento, a soportar con humildad y confianza en tu Hijo nuestros sufrimientos.
Adorado sea el Santísimo Sacramento.
Sea por siempre Bendito y Alabado. FVR.
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