Evangelio del día 16 de Septiembre de 2025.

Lucas 7, 11-17
Poco tiempo después iba camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo: «No llores».
Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!». El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante.
Hoy nos fijamos en la frase:
“Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo: «No llores».”
De nuevo encontramos a Jesús que se encuentra con una situación grave. En aquel tiempo una viuda y sin un varón en casa, no era nada, se queda desamparada, sola, sin apoyo y marginada. Pensemos cuantas situaciones de desamparo nos encontramos en esta sociedad.
Lo primero que vemos es que el Señor la mira.
¿Somos nosotros capaces de comprender esto? Podía haber pasado de lejos, o haberse unido a la multitud. Pero no, Él se fijó en quien sufría, en quien necesitaba compasión y consuelo.
¿Entendernos que el Señor nos mira a nosotros cada día, cada momento de nuestra vida?
Lo segundo, y esto se repite en más pasajes del Evangelio, es que Jesús se compadece. ¿Cuántas veces se compadece el Señor de nosotros? ¿Seríamos capaces de contar y medir la compasión que el Señor tiene con nosotros?
Lo tercero es consolar, le dice que no llore. Pero no es consuelo como el que podemos dar nosotros: lo siento, te acompaño, no podemos hacer nada, esto es así, la muerte no podemos evitarla…, hay que seguir adelante.
Jesús ofrece otra clase de consuelo, otra clase de compasión. Jesús nos ve, se acerca a nosotros como se acercó al ataúd; penetra en nuestro corazón, nos ofrece su intimidad, nos ofrece su amistad; nos ayuda a levantarnos cuando estamos caídos, muertos por el pecado; nos transforma y nos invita a vivir como Él.
Señor, no apartes de nosotros tu mirada compasiva, ten misericordia de nosotros y consuélanos en nuestras debilidades y sufrimientos.
Adorado sea el Santísimo Sacramento.
Sea por siempre Bendito y Alabado. FVR.
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