Evangelio del día 6 de Octubre de 2025.

Lucas 10, 25-37
En esto se levantó un maestro de la ley y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». Él respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo». Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?».
Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».
Hoy nos fijamos en la frase:
“El que practicó la misericordia con él”. Jesús le dijo: “Anda y haz tú lo mismo”.
De nuevo la lección es la misericordia y la compasión. Y estas solo son válidas si se practican. No son una cuestión teórica o teológica, de liturgia o culto, de cumplimiento de ley o normas.
La compasión y la misericordia para que sean reales tienen que ser practicadas, no se pueden quedar en conocimientos y convencimientos teóricos.
La forma de practicarlas tiene que ser algo que sale de nuestro interior en beneficio de otro y otros.
Conocer y amar a Dios no es posible sin amar al prójimo. Solamente podemos decir que amamos a Dios si amamos a los hermanos, sobre todo a los más necesitados.
En el Samaritano, Jesús nos muestra la radicalidad de la compasión y en los que pasan de lejos la equivocación de creer que por el mero cumplimiento de la ley y las normas ya aman además de a Dios al prójimo.
La oración, la adoración, la liturgia, el conocimiento de la Palabra de Dios, nos acercan a ese cumplimiento práctico de la compasión y la misericordia. Nos acercan a ese Dios Padre, que es todo amor misericordioso, que no abandona a sus hijos, que tiene compasión, que perdona y nos cuida.
Hoy podemos preguntarnos: ¿Soy como el samaritano o como el sacerdote y el levita?
Señor, ayúdanos a practicar la compasión con los más necesitados y a no quedarnos en nuestras cómodas prácticas religiosas. Queremos que seas el buen samaritano que cuida nuestras heridas, nuestras debilidades, nuestros pecados.
Adorado sea el Santísimo Sacramento.
Sea por siempre Bendito y Alabado. FVR.
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