Evangelio del día 27 de Julio de 2025.

Lucas 11, 1-13
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
Él les dijo: Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”».
Y les dijo: «Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde: “No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».
Hoy nos fijamos en la frase:
“Señor, enséñanos a orar”
Para los cristianos y especialmente para nosotros adoradores nocturnos, la oración es fundamental.
Cuando nos dirigimos a Dios, lo hacemos como Padre, pero no como a un padre que fuera solo mío, sino a un Padre Nuestro.
Aquí está la clave de nuestra oración. Nuestra oración es comunitaria, es por todos y para todos. Nuestra relación con Dios en la liturgia, en la adoración y en la oración personal e individual, siempre va dirigida a un Padre que se ocupa de todos, que quiere que todos le conozcan, le pidan ayuda, se relacionen con Él y los hermanos con amor y se salven.
Jesús enseña esta oración a los discípulos, que parece breve, pero que contiene lo esencial para nuestra vida:
Reconocer a Dios como Padre de todos.
Glorificar a Dios Padre.
Pedir la gracia de vivir en el reino de la verdad, el alimento necesario espiritual y material.
Recibir la misericordia y el perdón de nuestras faltas y la ayuda para no volver a caer y separarnos de Dios.
Y solo nos pide a nosotros que hagamos una cosa, que perdonemos siempre a los hermanos.
En la segunda parte, vemos que el Jesús nos pide que oremos con insistencia, con confianza, sin cansarnos, como el amigo que va pedir ayuda.
También sabemos que nuestra oración, no se debe de quedar en la simple recitación, en pura palabrería, porque así es difícil que le llegue al Padre de forma completa, intensa y vivida. La oración tiene que salir con fuerza, con vivencia y entendimiento lo que le decimos, pedimos y con el sentimiento de dar gracias a Dios.
Orando así Padre, solo podemos recibir tu ayuda, tu misericordia y la esperanza de alcanzar a verte en el Cielo.
Adorado sea el Santísimo Sacramento.
Sea por siempre Bendito y Alabado. FVR.
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